Mucho hemos escuchado sobre la medicina china, y con razón, pues los médicos eran verdaderamente audaces y visionarios, implantando tratamientos que, como poco, podrían ser considerados repugnantes. Pero funcionaban, y lo más impresionante es que conocían ya algunos principios de endocrinología, disciplina que en Occidente sólo se desarrollaría en el siglo XX.
La endocrinología implica separar hormonas humanas para estudiar su funcionamiento, cómo se producen, para qué sirven y cómo pueden curar el cuerpo, a partir de las secreciones humanas. Los chinos escogieron la orina, lo cual fue una verdadera revolución, ya que en este líquido se reflejan embarazos, enfermedades y desequilibrios físicos.
A algún médico se le ocurrió hervir orina humana; para ello utilizaron hasta 150 galones (aproximadamente 568 litros) de orina masculina, hirviéndola en una gran cacerola hasta evaporarse, quedando en su lugar una especie de cristal, que ellos llamaron “mineral de otoño” debido a su color: eran hormonas. Los médicos recomendaban “tomar de 5 a 7 píldoras de éstas con vino caliente o sopa antes de desayunar”. Fue una práctica corriente entre la población, a partir del siglo II a.C.
También se adelantaron considerablemente a lo que hoy conocemos como “trasplantes fecales”, en una fecha tan temprana como el siglo IV a.C.; elaboraban una “sopa amarilla” –agua mezclada con heces fermentadas de una persona sana– y la bebían en casos de diarrea. Las bacterias saludables de las heces destruían a las malas en el cuerpo del paciente (es el tratamiento actual para la infección por Clostridium difficile, o colitis seudomembranosa), ¡y se curaban!
Usaban la orina también para conservar alimentos, específicamente huevos. Se trata de un plato tradicional antiguo, el Tongzi dan, que era huevos pasados por agua… pero en lugar de agua utilizaban orina de niños menores de 10 años. Este platillo fue un alimento básico durante cientos de años, y en la provincia de Dongyang forma parte de su patrimonio cultural.
A este respecto, se piensa que en Dongyang eran tan, pero tan pobres que debieron buscar una forma de conservar los huevos y que éstos no se echaran a perder; en otras partes de China hervían los huevos en té, pero aquí lo hicieron en orina. Lo increíble es que aún es una práctica común en Dongyang, y los vendedores colocan cubos en las escuelas primarias para recolectar la orina de los niños. Y según la medicina china, mantiene el cuerpo saludable.
Otra práctica de la vida en la antigua China tenía que ver con el olor corporal. Los ricos pensaban que era un signo de barbarie, y hacían lo posible por no oler. Por eso, las mujeres caminaban con saquitos de hierbas aromáticas atados a la cintura, y los hombres debían masticar clavos de olor antes de encontrarse con el emperador, para combatir el mal aliento…
¿Y qué hacían los pobres? Los clavos de olor siempre fueron una especia cara y lujosa, y no podían comprarlos, por lo que, una vez más, la medicina china fue en su auxilio: había que lavarse las axilas al menos una vez al año con su propia orina.
Sin embargo, hacia el norte del país, mucho más frío, la gente no se bañaba en invierno, pues creía que el agua les haría daño –el caso de los taoístas fue notable, pues pensaban que el agua extendía enfermedades, y por eso se mantenían alejados de ella lo más que podían, pues no querían ser impuros–.
Y siguiendo con los pobres, una manera de salir de la pobreza y vivir una mejor vida en la antigua China era la autocastración. La vida para los menos favorecidos podía ser una auténtica pesadilla, y ser eunuco se pagaba muy bien. A ellos se les permitía trabajar como sirvientes del emperador. Fue tan exitosa esta forma de vida, que en la dinastía Ming llegó a haber al menos 100.000 eunucos en todo el país. Fueron tantos que el gobierno se vio obligado a perseguir a los hombres que se autocastraban, y estableció un sistema de solicitud: por 200 monedas de cobre se podía agregar el nombre del solicitante en una lista, de la que sólo 250 eunucos lograrían el empleo con el emperador. Pero los castrados sumaban miles.
Por otro lado, y al igual que en Japón, en China también utilizaban las heces humanas como fertilizante; los agricultores chinos construyeron retretes especiales sobre pocilgas, donde mezclaban sus heces con las de los cerdos. Y para el año 1000, en China fueron comunes los baños públicos, de donde los campesinos recogían los desperdicios para usarlos como fertilizante.
Hubo también una invención notable. En China se hizo la primera vacuna contra la viruela; ya en 1548 hubo manuales escritos sobre el tema, pero el rumor se extendió, y los padres de niños, habiendo escuchado sobre aquella costumbre de que exponiéndose a la enfermedad se lograría la salud, daban de comer ellos mismos a sus hijos escamas que caían de la piel de enfermos de viruela.
Obviamente, esto empeoró la situación de aquellos niños, porque sus padres no hacían lo correcto. Lo que los médicos hacían era machacar aquellas costras y volverlas polvo, y luego soplarlas en la nariz de los pacientes, como inoculación. Esto sí funcionaba, aunque existía la probabilidad de alrededor del 2% de que esta técnica matara en lugar de curar. A pesar de ello, fue la única manera de enfrentar las epidemias de viruela que azotaban al país y de tener una mejor vida en la antigua China.
Para finalizar, sólo acotamos que los chinos inventaron el papel higiénico en algún momento del 600, pero fueron muy mal vistos por sus contemporáneos, especialmente los árabes, que se escandalizaban porque no utilizaban agua sino papel para limpiarse.
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