Desde el siglo III a.C. surgió en Alejandría una escuela de científicos que crearon sofisticadas máquinas, incluidos autómatas que imitaban los movimientos de seres vivos. Herón fue el más célebre de estos inventores.
Aunque suele decirse que los antiguos griegos mostraban desprecio por las materias técnicas, en realidad esta actitud era propia de una minoría intelectual, no del conjunto de la población. De hecho, hay muchos indicios que muestran que la destreza manual y el trabajo especializado eran apreciados y admirados por la mayoría de los helenos. Incluso existía una categoría de inventores llamados prôtoi heuretaí, «descubridores primeros», que gozaron de gran estima, hasta el punto de que algunos fueron considerados divinos, como en el caso de Apolo, inventor de la lira.
Los griegos inventaron gran número de técnicas y máquinas. La mayoría eran de uso práctico y se utilizaban en la construcción, la carpintería, la navegación o la guerra. Muchas llegaron a ser notablemente complejas: incorporaban palancas, ruedas, ejes, poleas e incluso tornillos, y se accionaban no sólo mediante la fuerza humana o animal, sino también por energía hidráulica o aire comprimido. Pero quizá la máxima expresión de la inventiva griega se encuentre en unos artilugios que no tenían una función económica concreta, pensados para asombrar a los espectadores con su capacidad para moverse por sí mismos e imitar las acciones de un ser vivo: los autómatas.
El interés de los griegos por estos mecanismos se remonta muy atrás en el tiempo; por ejemplo, ya Homero habla en la Ilíada de los autómatas creados por Hefesto, el dios del fuego y la forja. Sabemos, asimismo, que existieron obras que se ocupaban de estas materias, pero casi todas se han perdido, por lo cual sólo conocemos los logros de los inventores más antiguos por las anécdotas que se cuentan sobre ellos. Es el caso del primer inventor documentado, el pitagórico Arquitas de Tarento que entre los siglos IV y III a.C. compaginó la dedicación a la matemática teórica con la ingeniería, como hicieron muchos de los grandes inventores griegos. A Arquitas se le atribuían, además de la invención del tornillo, la fabricación de una paloma de madera que llegó a volar y que «se sostenía por contrapesos y se movía a base de aire encerrado dentro».
El siglo de los inventos
Sin duda, el siglo III a.C. fue el «gran siglo de los inventos» griegos. Arquímedes, el gran matemático de Siracusa (Sicilia), ideó sistemas de poleas para desplazar grandes cargas, su famoso tornillo –que facilitaba sacar a la superficie el agua acumulada en el fondo de las minas– y múltiples ingenios de guerra, entre ellos poderosas catapultas. En Alejandría, Ctesibio construyó el primer órgano hidráulico y el primer reloj de agua preciso, y también fue el primero en emplear la fuerza del aire y del agua a presión en sus mecanismos, dando así los primeros pasos en el desarrollo de la hidráulica. De él derivan probablemente muchas de las ideas básicas desarrolladas por su discípulo Filón de Bizancio y, más tarde, por Herón de Alejandría en el siglo I d.C.
No es casual que Ctesibio, Filón y Herón desarrollaran su actividad en Alejandría. Desde su fundación en 332 a.C. por Alejandro Magno, la ciudad se convirtió en la gran capital cultural del Mediterráneo y atrajo a una larga serie de estudiosos que trabajaron en sus célebres biblioteca y museo. Al mismo tiempo, el ambiente alejandrino tuvo mucho que ver con el interés de estos mismos científicos por el desarrollo de los autómatas. Muchos fueron creados ex profeso para las celebraciones públicas, con el objetivo de entretener, sorprender y, al mismo tiempo, mostrar la magnificencia y el poderío de los gobernantes que organizaban los eventos.
Alejandría, destino de sabios
Demetrio de Falero fue un político y filósofo ateniense que se trasladó a Alejandría a principios del siglo III a.C. Allí se dedicó, entre otras cosas, a organizar procesiones que «iban precedidas por un caracol mecánico que se movía por sí mismo y que escupía baba», según recoge el historiador Polibio (aunque hay quien interpreta que lo que escupía era agua perfumada). El rey Ptolomeo II Filadelfo, por su parte, organizó en Alejandría una gran procesión dionisíaca en la que, según Ateneo, participaron, ricamente ataviados a expensas del rey, cortejos de silenos, sátiros, victorias con alas de oro, niños con incienso y mirra, bacantes… y un autómata que representaba a Nisa, la ninfa que amamantó a Dioniso, sentada en un carro. La figura, de unos dos metros de alto, iba «revestida con una túnica amarilla con bordados de oro y envuelta en un manto laconio. Se ponía en pie mecánicamente, sin que nadie le acercara las manos, y tras hacer una libación de leche con una pátera de oro, se sentaba de nuevo. En la mano izquierda llevaba un tirso atado con vendas, y portaba una corona de hiedra de oro y racimos de piedras preciosas muy valiosos».
Al igual que otros muchos sabios, Ctesibio también ideó artilugios mecánicos destinados a los espectáculos públicos. Concretamente se le atribuye un ritón –un vaso ritual para las libaciones– que representaba al dios egipcio Bes y que cuando se abría para que corriera el vino emitía un sonido de trompeta. Se lo había encargado el almirante Calícrates, perteneciente al círculo ptolemaico, y estaba depositado como ofrenda en el templo de Arsínoe-Afrodita, cerca de Alejandría. Pero quien dejó mayor número de estas invenciones espectaculares fue Herón de Alejandría, al que se ha considerado como el inventor por excelencia de la historia griega.
Las creaciones de Herón
No queda mucha información sobre la vida de Herón. Sólo sabemos que nació en Alejandría y que algunos manuscritos le dan el sobrenombre de mechanikós, término que se aplica a personas astutas, ingeniosas o hábiles para inventar o construir instrumentos para un fin concreto. Se ha debatido incluso sobre cuándo vivió, aunque hoy día se lo sitúa de modo prácticamente unánime a mediados del siglo I d.C.
Matemático e ingeniero, como sus predecesores, Herón no fue un gran creador. Él mismo reconocía su deuda con quienes le precedieron, pues en el prólogo de su Pneumática afirma que escribe porque «hay poner en orden lo que nos transmitieron los antiguos y añadir lo que nosotros mismos hemos descubierto». Escribió tratados sobre instrumentos de carácter práctico, como el dedicado a la dioptra –un instrumento que se usaba para medir distancias angulares en topografía y astronomía– o a la construcción de máquinas de tiro. Sin embargo, los más recordados hoy en día son los que dedicó a la pneumática y la construcción de autómatas, en los que se describen numerosos mecanismos ideados por el propio Herón o perfeccionados a partir de modelos anteriores.
Muchos de ellos pretendían producir sorpresa y asombro en los espectadores, para lo que Herón ponía cuidado en dejar oculto el mecanismo. Y es que ya decía Aristóteles, en la Mecánica, que «los artesanos […] fabrican el instrumento ocultando su principio para que quede a la vista sólo lo admirable del mecanismo, mientras que la causa queda invisible». Herón era muy consciente de la importancia del efecto sorpresa. En uno de sus tratados escribe: «Tenemos que servirnos necesariamente de las medidas indicadas, pues si son mayores cabrá sospecha respecto al espectáculo de que haya alguien dentro moviéndolo. Por eso, tanto en los autómatas fijos como en los que andan hay que tener cuidado con los tamaños, por si surge la sospecha». Entre sus proyectos encontramos «ritones mágicos» de los que mana agua, vino o una mezcla de ambos; pájaros que emiten sus trinos cuando se acercan a beber, o jarras que «cantan» cuando se las llena. Herón diseñó un método para que al abrirse la puerta de un templo sonara una trompeta, e incluso un sistema de apertura automática de las puertas de un templo cuando el sacerdote prendía fuego en un altar para realizar un sacrificio; cuando el fuego se apagaba, las puertas se cerraban. Hasta ideó una especie de «máquina tragaperras»: una vasija que dejaba fluir el agua de las abluciones cuando se le echaba una moneda.
Juguetes sofisticados
Ciertos investigadores piensan que todas las invenciones de Herón tenían una función religiosa, pero el ritón del que manaban ora agua, ora vino parece una broma poco piadosa, y tener que pagar por el agua de las abluciones raya en lo irrespetuoso. En cuanto a las «puertas automáticas» de los templos, es impensable que el mecanismo estuviera pensado para puertas y edificios auténticos; de hecho, Herón no habla de «templos» (naoí), sino de «maquetas de templos» o «templos pequeñitos» (naískoi).
Cabe suponer más bien que las piezas cuya construcción describe Herón estaban hechas a imitación de los grandes autómatas que aparecían en los eventos públicos sufragados por los gobernantes: eran encargadas por personajes de las clases pudientes para exhibirlas ante sus invitados en un banquete. Como sólo las iban a contemplar grupos reducidos, las piezas no debían ser grandes y podían ser mecanismos delicados y de bellas proporciones. Al igual que los grandes autómatas en las procesiones, debían despertar el asombro de los espectadores y poner de relieve la magnificencia del dueño de la casa. Eran, pues, en cierto modo, juguetes, pero juguetes de enorme sofisticación, ilustrativos del extraordinario nivel que los griegos alcanzaron en la mecánica, en la hidráulica y en la artesanía de precisión.